lunes, 7 de mayo de 2012

ENS REALISSIMUN




La Realidad es uno de los problemas más apasionantes de la filosofía.
Desde la antigua posición que asimilaba la Realidad a Lo Creado (Realismo Metafísico), hasta el pensamiento contemporáneo donde la realidad no es más que un sistema de creencias y percepciones, opiniones y conceptos (Realismo Interno),  ya es muy difícil saber de qué hablamos.
La Realidad se nos escapa de las manos. Aquello que teníamos por cierto, por estable, ya se ha desmenuzado.
Y no hablo de las cavilaciones de los filósofos, sino de aquellos de nosotros (la mayoría) que nos dedicamos a otra cosa. De todas maneras, el asombro no es monopolio de los filósofos. Ni la búsqueda de la verdad.

Ayer, con mi bilocación virtual cotidiana, seguía en un canal de la TV mexicana el debate de los candidatos a la presidencia y me divertía con los comentarios en Twitter, a la vez que espiaba el programa de Lanata en Buenos Aires y… me divertía con los comentarios en Twitter.
En ambos casos había esfuerzos por probar que hay una realidad que el otro altera. Una realidad a la antigua, la verdadera, “la neta”, “la posta”.
Cada candidato mexicano presumía de poseer los méritos y la información para probar que cualquier otra elección nos conducirá al infierno, básicamente porque el otro miente. Al terminar el debate, cada candidato se declaró ganador y salió a festejar, con la gente que confirmó la versión de la realidad que ya tenía asumida antes de comenzar cualquier debate y que no modificó luego del mismo.
Mientras tanto –esto sucedía al mismo tiempo, aunque no a la misma hora- , el periodista argentino trataba de probar que el gobierno nacional altera la realidad de acuerdo a un plan sistemático, inventando –entre otras cosas- tuiteros para crear ambiente en la opinión pública.
Al término del programa se cruzaban las voces de quienes se escandalizaron con las de quienes niegan tal engaño, contraatacando con la denuncia de una conspiración –la habitual, la de la Corpo- que inventa que los otros inventan, y así, como una cinta de Moebius, hasta el hartazgo.
Este es un espectáculo cotidiano, en ambas sociedades, con algunos matices diferentes, pero con el mismo fondo.

Entonces se me ocurrió pensar que la realidad, como experiencia de lo existente, o la verdad, como concordancia del concepto con los hechos, ya son variables anticuadas, en absoluto desuso.
Es cierto que la realidad se ha fragmentado, en la filosofía y en la virtualidad. Que la experiencia está mediatizada por la información y el espectáculo (tal vez sean sinónimos en la actualidad). Que el poder altera la realidad y, en ocasiones, la crea completita. Una tragedia hoy puede ser una tragedia o una puesta en escena de un medio de comunicación. Un delito puede hoy ser un delito o una conspiración de los que intentan implicar a un inocente. Una mentira no es más que un concepto improbable.

Pero la gente se ha resignado a no buscar más. Ante la terrible dificultad de conocer la realidad, ante la complicación de lo objetivo, no reacciona con una duda radical, sino con una elección personalizada. El “yo creo” o el “yo opino” –sobre el que escribí en otra ocasión- encabeza cualquier afirmación de una realidad íntima, personal, no negociable. Esto es especialmente visible en cuanto a la vivencia de la política: nos compramos el sistema que mejor nos calce, y cualquier evidencia de contradicción o quiebre es mejor ignorarlo, porque puede atentar contra nuestra noción completa de la realidad. La duda y la reflexión parecerían conducirnos a la locura.

Entonces, todo debate o toda denuncia resultan inútiles. Por lo menos en su intención de brindarnos una nueva lectura sobre la realidad, aunque no en su rol de confirmación de lo que ya creíamos si éramos afines. El intercambio de ideas parece ser no mucho más que un ritual que evoca tiempos idos, de la misma manera que un atleta corre con una antorcha para inaugurar una fiesta deportiva.

Pero en algún momento ese sistema de realidad entró en cada uno de nosotros y comenzamos a cuidarlo y a emparedarlo convenientemente. Tal vez haya que remontarse a ese origen para desmantelarlo, o por lo menos para conmoverlo. Y no con la intención de plantar otro, sino con la de no volvernos simplemente máquinas programables sin posibilidad de comunicación con los otros.
Porque no hay nada más emocionante que el espectáculo de las distintas percepciones, pero siempre y cuando puedan ser fluidas, compartidas, modificables, enriquecedoras.
Porque necesitamos ponernos de acuerdo en el problema y podamos debatir en serio sobre sus posibles soluciones.
Porque somos diferentes viviendo en el mismo mundo, no extraños que viven en mundos diferentes.