Advertencia: Si no has visto la película aún, no
sigas leyendo. Y corre a verla. Aunque, es preciso aclarar: esta no es una
crítica cinematográfica.
“Pienso que cualquiera que se enamora es un
fenómeno (freak). Es algo muy loco que sucede. Es como una forma de insania
socialmente aceptada”, dice Amy, amiga del protagonista.
El amor y sus versiones, sus definiciones siempre
tentativas, parciales y, en el caso de HER, la exploración de sus límites. No
se trata de una distopía sobre la soledad en una sociedad futura ni los riesgos
del abuso de virtualidad: HER es una indagación sobre el amor.
No hay nada nuevo o distópico en la
virtualidad. En la Edad Media la gente se enamoraba de un retrato mal pintado o
de la sola referencia a una belleza célebre y lejana. Las cartas de amor
reemplazaron durante siglos a la presencia física del amado con bastante
efectividad. No en vano el protagonista de la película es un escritor profesional
de cartas de amor sustitutas: un oficio antiguo.
No, las tesis de HER sobre el amor están
más allá de su moderado diseño de producción futurista y surgen con la
naturalidad de revelaciones dichas y sentidas.
La tesis primera es: el amor puede
prescindir de la presencia física. Hay una tensión e incompletitud en esta
situación, pero tal vez esa tensión, ese deseo de alcanzar una materialidad
negada sea fundamental para enamorarse. Por otra parte, en HER y en la vida, la
presencia del amado no parece asegurar nada sostenible en el tiempo.
La tesis segunda es: el amor está
hecho de palabras. Como la música está hecha de tonos. El amor puede ser
invisible, pero no puede prescindir del universo imaginario del lenguaje. En
relación con la primera tesis: las palabras construyen la piel, la evocan y la
activan. Sensación y emoción son música hecha de palabras.
La tesis tercera es: el amor se
expande. Aplicamos sobre el amor las leyes de la propiedad y se adapta mal a
esa naturaleza. El amor es como un color derramado en el agua: dependiendo de
su densidad se agiganta y tiñe todo, o se decolora y desaparece. Esta tesis es
inquietante si consideramos que una conciencia súper desarrollada a través de
un sistema operativo puede llegar a la conclusión de que hace todo el sentido
amar infinitamente, sin desmedro del detalle. Es decir, amar a muchos, a todos,
no sólo a un objeto de amor. Ni el
protagonista ni nosotros estamos preparados para esta posibilidad.
Y una tesis que no se presenta más que
por omisión: el amor no necesita del supuesto del espíritu. Se trata de un
diálogo de conciencias. El espíritu no se nombra, no se contempla esa
posibilidad prescindible. El espíritu es en HER una ausencia, una referencia a
un pasado que ya se olvidó.
“El pasado es una historia que nos
contamos”, dice Samantha.
Tal vez el amor también.