Una de las dimensiones más desconcertantes del pasado es aquella habitada por quienes hoy son cercanos y entonces eran ajenos.
Causa cierto vértigo pensar que todas las posibilidades de encuentro estaban en contra; todo encuentro es un milagro. Pero, de la misma manera, todo encuentro es anacrónico. Especialmente a una edad donde el pasado se agiganta y se cataloga como una serie infinita de oportunidades perdidas.
La pequeña arqueología familiar aporta fotos, con peinados raros y cielos que viran al turquesa. El pecho se vacía ante lo irremediable: no estuve allí, como querría ahora. No está, como se cree, en el futuro el gran desencuentro.
Los ojos amados miran a otras personas, mientras ignoran la tragedia que me agobia: me perdí gran parte de tu vida.