viernes, 9 de septiembre de 2011

Simuladores


The big society, de David Whitlam (emptykingdom.com)


En una civilización sin otro dios que el dinero, la simulación es la primera de las nuevas virtudes teologales.

Fuimos criados con algunas ideas abstractas de escasa aplicación en la moderna lucha por la sobrevivencia. Aún criamos a nuestros hijos hablándoles tímidamente de algunos ideales, que creemos nos honran al predicarlos, pero a los cuales no honramos por simple omisión de su práctica. Este revuelto, reempaquetado y tantas veces consumido tema de los valores se ha convertido en un discurso vacío, inverosímil. Un capítulo más de la tan extendida simulación.

Hace pocos días estuve en un curso. Los que estábamos ahí no queríamos estar, ni siquiera la instructora. Ella simulaba cierto entusiasmo en enseñarnos, nosotros simulábamos cierto interés en lo que decía. Al final de cada día me dolían los músculos de la cara por el esfuerzo. Y me di cuenta que esa simulación era cotidiana y omnipresente.

Simulamos acatar la autoridad, creer a nuestros gobernantes, así como los que gobiernan simulan hacerse cargo de nuestras necesidades. Simulamos pensar en una revolución, con otros tantos simuladores que sueñan en enriquecerse ni bien accedan al poder, aunque hablen pestes del Capital. Simulamos abrazar causas, identificarnos con instituciones, defender algunos derechos. Simulamos estar por encima de las tentaciones, de la mediocridad, del olvido del ser. Simulamos defender al amor y la libertad.

Mi teoría particular es que nos avergüenza el hundimiento de un mundo teórico que aprendimos en lecturas, pero que fue diluyéndose a medida que crecíamos. Simulamos para no despertar del sueño de la Humanidad y descubrir que nos queda muy poco más que un apetito de consumo siempre insatisfecho. Simulamos para no asumir nuestra nueva naturaleza de zombies.

Por eso simulamos. Para que no se note. Y no nos duela.