jueves, 24 de marzo de 2011

In memoriam Osi


Siamés, de JRD-artist (Flickr)


Osiris podía reconocerme aunque no me viera en meses.

Al reencontrarme me observaba con sus profundos ojos azules y ronroneaba, tratando de treparse hasta mi rostro. Dicen que todos tenemos un olor diferente en las mejillas y los animales pueden reconocernos así. No sé si ese era su secreto, pero siempre me hacía notar que entre los dos había un vínculo que no se había olvidado. Que las circunstancias humanas no influyen en los pactos animales.

Anoche, luego de haber decaído en las últimas semanas, se fue en su ley. Durmió abrazado a su dueña, ronroneó toda la noche y a la mañana siguió de largo a un paraíso posible, donde lo tendré un poco más lejos ahora.

Sigue siendo un misterio el puente de afecto y reconocimiento entre dos especies tan diversas. De acuerdo a algunos místicos, los animales domésticos adquieren un alma prestada, por ósmosis metafísica. Me parece tan absurdo como la afirmación de que no tienen ningún espíritu. Me es indiferente su categoría trascendental. Pero, ¿acaso los animales nos recuerdan el estado primordial de nuestra alma? ¿las virtudes que perdimos? ¿El Paraíso Perdido de la inocencia y la lealtad? ¿Al humanizarlos nos humanizamos?

Preguntas sin respuestas, como casi todas las que valen la pena.

Adiós, Osiris. “Fuiste feliz y nos hiciste felices”, dijo Macarena. ¿Qué mejor cosa podrán decir de nosotros al partir?