miércoles, 4 de mayo de 2011

El maestro y Dios


“Siempre me preocupó el problema del mal, cuando desde chico me ponía al lado de un hormiguero armado de un martillo y empezaba a matar bichos sin ton ni son. El pánico se apoderaba de las sobrevivientes, que corrían en cualquier sentido. Luego echaba agua con la manguera; inundación. Ya me imaginaba las escenas dentro, las obras de emergencia, las corridas, las órdenes y contraórdenes para salvar depósitos de alimentos, huevos, seguridad de reinas, etcétera. Finalmente, con una pala removía todo, abría grandes boquetes, buscaba las cuevas y destruía frenéticamente: catástrofe general. Después me ponía a cavilar sobre el sentido general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terremotos. Así fui elaborando una serie de teorías, pues la idea de que estuviéramos gobernados por un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso me parecía tan contradictoria que ni siquiera creía que se pudiese tomar en serio. Al llegar a la época de la banda de asaltantes había elaborado ya las siguientes posibilidades:


1°) Dios no existe.
2°) Dios existe y es un canalla.
3°) Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia.
4°) Dios existe, pero tiene accesos de locura, esos accesos son nuestra existencia.
5°) Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿en otros mundos? ¿En otras cosas?
6°) Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
7°) Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo calamitoso.”

Ernesto Sábato

en "Informe sobre Ciegos"



En algunas películas se cuenta que los encargados de las necrológicas de los diarios escriben con anticipación sus textos. Así van armando un fichero donde coleccionan méritos de vidas que ya han dado por concluidas de alguna manera.

Las necrológicas de Sábato no parecen haber sido escritas con anterioridad, sino con apuro.

Me pareció bastante curioso que los periodistas y escritores elogiaran algunos episodios de su vida, pero criticaran su obra, como si tuvieran la autoridad o fuera la ocasión. “Un autor para adolescentes” o “un escritor no tan genial”, fueron algunas de las cosas que leí. Inclusive, en uno de los casos, el autor de la nota no leía los libros de Sábato desde su adolescencia y seguramente no consideró que debiera tomarse el trabajo ahora (http://www.lanacion.com.ar/1369683-el-artista-que-intento-crear-el-gran-gotico-argentino). Imaginemos que tras la muerte de un estadista se escribiese: “un presidente notable, aunque al lado de Churchill era un barra brava”, o la de un artista: “pintaba, sí, acomodaba los colores convincentemente, pero comparado con Van Gogh era un simio”. Ese hábito de la opinión no pedida y de la jerarquización inadecuada es, en parte, lo que aleja a la gente de la obra de cualquier autor.

Quiero homenajear a Sábato por haberme enseñado, junto con Poe, la belleza atroz de la oscuridad.