martes, 17 de mayo de 2011

Una figura en la pared



Hace algunos días yo estaba dentro de la gruta de Font de Gaume, en la Dordoña francesa, mirando pinturas rupestres. Es una de las “catedrales” del arte paleolítico, como Lascaux (muy cerca de allí) o Altamira, en España. Y esta es de las últimas abiertas al público. Estaba siendo un privilegiado, y lo disfrutaba.

El recorrido es limitado ya que hay lugares de difícil acceso, o pinturas que hay que estar más entrenado para percibirlas. También dura menos de lo que podría, porque es esencial cuidar la frágil sustancia de la piedra. Los turistas quieren ver con toda claridad y lo más rápido posible las locas ocurrencias de los cromagnones. Pero aun en esos escasos 45 minutos, se pueden apreciar figuras de un estilo realista, con intentos de perspectiva, incisiones que completan el contorno, aprovechamiento de las ondulaciones y accidentes de la piedra para crear sensación de volumen. Bisontes, mamuts, uros, caballos y hasta un león aparecen aquí y allá, con rica policromía.

Las cuevas y sus pinturas se descubrieron en 1901.

Sin embargo, en toda la zona del valle del Vézére, donde se encontró el Cromagnon, hay cuevas que nunca dejaron de ser habitadas hasta hace relativamente poco tiempo. En la Edad Media se hicieron pueblos íntegros en terrazas de piedra que aprovechaban las entradas de las grutas como ambientes. Las incursiones de los vikingos por el Vézére obligaron a subir a los locales a las montañas, volviéndose inalcanzables para los invasores.

Font de Gaume no es una excepción. Los graffitis de las paredes, muchos sobre las pinturas, marcan una ocupación permanente a lo largo de miles de años. Entonces, ¿qué es lo que se descubrió en 1901? Las pinturas, que fueron asumidas como tales. Hasta entonces, las consideraban manchas en la pared, o no las veían.

¿Cómo puede ser?

Muy fácil, me explicó el apasionado guía: los hombres medievales no habían visto búfalos o mamuts, por lo tanto no podían reconocerlos en las pinturas. Pero, pensé luego, tampoco habían visto unicornios, grifos o dragones, y entendían su representación. Formaban parte de la imaginación sostenida colectivamente, eran un producto cultural reconocible y por tanto, perceptible. Un mamut extinguido es mucho menos real que un dragón inexistente al que puedes nombrar.

¿Acaso percibimos solamente lo que podemos imaginar? ¿Imaginamos sólo lo que el contexto aprueba o sugiere? ¿Hay en la realidad rastros de sentido que no podemos percibir porque están lejos de nuestro contexto mental? Más allá de las enseñanzas de la psicología cognitiva, es asombroso descubrir que los sentidos son sólo herramientas dóciles de la mente. Y que como los indios americanos no vieron los barcos españoles, aquellos hombres medievales preocupados por el frío y los saqueos, la peste y el infierno, no repararan en las pinturas de los animales que alimentaron a sus ancestros.

Creo entender que hay pinturas en la pared de la realidad que no estoy pudiendo ver, atrapado en la habitación sin ventanas de mi imaginación.