Odyssey, de Jeffrey Weiss (photographyserved.com)
Se encienden las luces y allí estamos, solos en el escenario ante un
público que nunca es el mismo. Tenemos muy poco tiempo para captar su atención
y ganarnos su aplauso. ¿Recursos? Muy pocos. El mejor es nuestro guión.
Lo escribimos a lo largo de toda nuestra vida, como un palimpsesto
casi infinito. No es que cambie demasiado, pero tiene correcciones, agregados,
fórmulas que han sido probadas y funcionan. Y ya sabemos que lo que funciona no
se cambia.
El efecto que buscamos, con variantes, es el mismo. Queremos la
aprobación y, si es posible, el afecto incondicional de los otros. Es un
mecanismo natural, antiguo como la digestión.
El estilo sí es personal. O somos extrovertidos, graciosos y
encantadores, de esas personas que convierten a la humanidad en un auditorio
feliz; o somos reservados y melancólicos, en el peor de los casos manipuladores
de la lástima. Cada uno hace lo que puede o lo que le sale, pero todos tenemos
en común un guión trabajado cuidadosamente, en el que creemos y pensamos que
sonará como complemento irresistible de nuestra personalidad.
¿Y qué es lo que contamos? Anécdotas, particularidades de nuestra
personalidad, gustos que consideramos especiales, circunstancias curiosas que
forman parte de nuestra cotidianeidad. Conozco a quien no olvida mencionar que
está casado con una liechtenteinsniana, como a quien jura que a pesar de su
fortuna actual en su juventud era comunista. El que afirma tener una cadera de
titanio, como quien recuerda, aun en las ocasiones más festivas, que enviudó la
noche de bodas. El que cuenta siempre el mismo chiste, o el que no olvida decir
que se le apareció la Virgen siendo ateo. El que sobrevivió a un accidente
mortal, el que cocina cada fin de semana en un horno de leña, el que tiene
ciento cincuenta amigos íntimos que ve cada jueves, o el que sabe la marca de
los sombreros de los ciudadanos de 1810, entre otros datos inútiles.
La eficacia de estos argumentos depende no sólo de los argumentos,
porque en el teatro de la vida también triunfan los carismáticos, los
convincentes, los encantadores (de serpientes, suegras y CEOs).
Observa a un vendedor: allí encontrarás el modelo en su versión más
ensayada. Pero basta que escuches a tus padres: con el paso del tiempo, sólo va
quedando el guión en sus labios.
Yo también tengo mis historias, y me provoca un pudor intenso
escucharme usarlas. Será por eso que prefiero inventar vidas ajenas.