“Da asco la mitad de Buenos Aires”, Fito Páez dixit.
Yo leo esta noticia desde México en los diarios, en Twitter, en Facebook, junto a los comentarios de mis familiares, amigos, conocidos, extraños y referentes. Nunca son suficientes las voces encerradas en las palabras impresas en las pantallas de los distintos ordenadores que uso durante el día. Trato de entender los acontecimientos a partir de las ondas concéntricas que producen las voces de mis compatriotas. Y a veces no llego a comprender el tamaño de la piedra que rompe la superficie del agua. Porque no soy testigo más que de un eco. Pero estruendoso.
No soy un analista político profesional. No podría soportar el duelo singular con cualquiera de los filósofos, semiólogos, historiadores y compadritos que libran la batalla por el “relato” de esta época. Pero no puedo menos que darme cuenta, a la distancia, de algunos hechos: la existencia de la batalla y el relato, por ejemplo. Amo los relatos de batallas, pero jamás había considerado una batalla por el relato.
La realidad tiene tantos puntos de vista que necesita ser domesticada por el que pretende el poder. La simplificación de las percepciones colectivas se da en un relato ilustre que se espera sea adoptado por todos. Pero esto no lo ha logrado ni la Biblia. La pretensión de un poder político o de un medio informativo de establecer el relato predominante, ha dado origen a una verdadera batalla. A una guerra por la interpretación de la realidad, con fines propagandísticos, no filosóficos. Como en la Contrarreforma.
Así, la “revolución por el bienestar” proclamada en un extremo puede ser leída como la “tiranía de un grupo de corruptos” desde el otro lado. A medida que la lectura se polariza, y que los grupos en disputa se consolidan en su fuerza y la miden con el contrario, mucha gente acompaña, sumisa, esta violencia conceptual. La batalla de los poderosos baja a convertirse en disputa entre quienes realmente tienen el poder pero ya lo han olvidado. El apetito (práctico) por la concordia da lugar a una rabieta (histérica) donde el bien más preciado es “tener razón”. La realidad no es más que una percepción condicionada por el relato de una realidad. La ficción triunfa. Los matices caen en la trinchera. Nos volvemos personajes de una revolución o una resistencia que ni siquiera sabemos si existen.
Así, un poeta, un músico, un artista que siempre se ha mostrado aplicado a la hora de defender derechos fundamentales del hombre, un tipo capaz de cantar al amor, se arroja al precipicio de los tontos al poner en su boca una descalificación masiva. Le da asco media ciudad, un porcentaje más o menos exacto que describe al de la población que votó por un candidato que a él no le gusta. Y que canta su voto. Si hubiera tenido simpatía por Pino Solanas, digamos, le daría asco aproximadamente el 80% de la ciudad. Igual, es interesante esta partición al 50%, la más adecuada a una verdadera batalla bipolar.
¿Y por qué lo dice? ¿Por qué es necesario afirmar una militancia con tanto énfasis negativo? Porque no afirma amar la propuesta oficialista de Filmus, sino odiar hasta el asco a su contrincante. O peor, a la ciudadanía que, equivocada o no, lo votó. ¿Por qué esa histeria de unos y otros de salir embanderados a la calle, de mostrar una ideología fluorescente? Contestarán que lo que está en juego lo amerita: la recuperación o la pérdida del bienestar, de la libertad, de la esencia.
Más bien yo observo que se ha consolidado una idea peligrosa, que es la de la necesidad de identificarse, como cuando en la época de los militares la falta del documento en el bolsillo podía significar la muerte. Porque aquel que no lo hace corre el riesgo de quedar atrapado en la batalla y ser tildado de fascista, terrorista, zurdo u oligarca. De trabajar para la opo, la corpo, los montos o Magnetto. Debe quedar en claro el color del uniforme mental que nos distingue, la jerga y los guiños, la iconografía y la música, y, mucho más: el odio que se espera de nosotros.
No creo que reemplazar el pensamiento por la ortodoxia gritona y maniquea nos lleve al bienestar, la libertad o la esencia.