viernes, 7 de mayo de 2010

Narcisismo musical



" (...) el individuo narcisista no puede percibir la realidad en otra persona como diferente de la suya. (...) están preocupados consigo mismos y prestan poca atención a los demás salvo como ecos de ellos mismos. (...) El objeto de adhesión narcisista es considerado valioso (bueno, hermoso, sabio, etc) no sobre la base de un juicio de valor objetivo, sino porque soy yo, o es mío. "

Erich Fromm, en El Corazón del Hombre

Mi dentista no es la única.
Ella escucha un programa de radio bastante ajeno a mis preferencias mientras atiende. Comprendo: son muchas horas de pie, trabajando sobre alguien que no puede contestar, sufriente, muerto de miedo en la mayoría de los casos. Ella debe disfrutar de los chistes, las reflexiones, las adivinanzas y los recitales que presenta Mariano Oviedo. Entre estos, en las últimas sesiones tuve oportunidad de sufrir un homenaje a Camilo Sesto, otro a Emanuel y la historia musical de Luis Miguel.
Hace un tiempo un taxista me llevó por la ciudad ensordecido por una selección de reggaetón, género preferido por la mayoría de los conductores públicos jóvenes mexicanos, porque a medida que avanzan en edad escuchan más música grupera y bandas norteñas. Los taxistas en Buenos Aires eran más afectos al tango, recordé, especialmente los mayores. Los colectiveros ya no sé qué escuchan; en un tiempo adoraban a María Martha Serra Lima y Julio Iglesias, lo que hacía penosos algunos viajes de mi adolescencia.
En la oficina cada uno escucha su música, no siempre con auriculares, lo que produce mezclas y encuentros imposibles. Uno de mis diseñadores cuando está deprimido arranca con El Claro de Luna de Beethoven o Portishead, mientras le hacen coro Juan Gabriel o AC/DC desde otra máquina más o menos distante.
Los peores son, sin duda, los que escuchan música clásica o jazz, porque se sienten con el derecho divino de demostrar al mundo que ellos sí saben lo que es la "música como la gente". Dentro de esta clase, los operómanos son verdaderos azotes de Dios. Un profesor de secundaria, el venerado Patrosso, abría las ventanas de su departamento en Belgrano (vivía en un piso muy alto) y ponía a todo volumen su equipo para que otro vecino operómano, que vivía en una torre a cinco cuadras, pero dentro de la línea visual (y aparentemente auditiva), escuchara las nuevas versiones de Rigoletto que atesoraba.
Yo lo hice y lo hago, confieso: a menudo no uso auriculares y molesto a los que me rodean con mi música, que tiene la particularidad de no ser jamás bien recibida. Pero, reflexionando me avergüenzo ahora de semejante falta de urbanidad y me propongo enmendarme. Mea culpa.

Aprendimos con los siglos a controlar nuestras efusiones corporales, lo que decimos, nuestros impulsos de carácter o deseo, pero hasta ahora no hemos considerado que el obligar a otra persona a escuchar música que puede no gustarle, es altamente antisocial y hasta torturante. No sólo eso: creemos que hay justicia y hasta cierta generosidad cuando compartimos nuestras apetencias acústicas. Es un acto narcisista puro, en el que confundimos nuestra preferencia personal, nuestro mundo, con el universo de todos.
Cuando el "Carlitos" de turno detiene su auto a nuestro lado en el semáforo y nos mira de soslayo para ver nuestra reacción ante la potencia de su equipo de sonido, está obligándonos a escuchar lo que él considera música. Cuando en el ascensor suena un "hilo musical" pastoso y previsible, los dueños del edificio creen de buena fe que así nos calmarán, no dejándonos elección; ni se les ocurriría. Hay música en restaurantes, galerías comerciales, hoteles, salas de espera, transportes públicos, lugares de trabajo y hasta en nuestra propia casa. Una selección que jamás hicimos, que debería ayudarnos pero que, en realidad, nos caga la vida lentamente.
Ni Clayderman, ni Mozart, ni Los Beatles, ni Luis Miguel, ni NADIE le gustan a "todo el mundo". No hay new age, campanas tubulares o jarrones nepaleses que le hagan bien a cualquiera. Ni la música folklórica o tradicional debería ser soportada con la absurda excusa de que "es nuestra" (mamá: Grandes Valores del Tango fue una tortura para mí).

Sobre la música no se puede legislar, ni por ley ni por costumbre; más bien ella actúa sobre nosotros. Configura nuestro espacio vital y espiritual, es protagonista de un mundo invisible donde nuestra psiquis se integra. Por eso debe tratársela con cuidado. Por eso siempre debe ser voluntaria. Como cualquier acto estético y amoroso.