(Del lat. evocāre).
1. tr. Traer algo a la memoria o a la imaginación.
2. tr. Llamar a los espíritus y a los muertos, suponiéndolos capaces de acudir a los conjuros e invocaciones.
Luego de un tiempo, la vida anterior comienza a ser una idea. Así también la patria lejana, una persona, o aquello que nos haya tocado dejar atrás.
Los nuevos recuerdos se forjan en una nueva escena con escenografías y personajes diferentes. Para pensar en lo que ya no se frecuenta es indispensable evocar el repertorio vago de la conciencia. El lugar donde uno ha vivido ha sido escenario de hechos que, al cabo de un tiempo, ya no es claro si se han vivido, soñado o imaginado. Las personas que conocimos se convierten en espíritus evocados, descarnados, intocables, protagonistas de nuestra historia interior, tan manoseada y adaptada que alcanza las dimensiones de una ficción. Es curioso descubrir que esos espíritus a veces desconocen el destino que han alcanzado en nuestra evocación. Incluso pueden negarlo, resistirse, reclamar su propia memoria como único campo de acción posible de sus vidas.
En la primera acepción de “evocar”, la memoria y la imaginación parecen sinónimos intercambiables. Su función es, en apariencia, equivalente. La evocación entonces podría ser un acto de recuperación tanto como un acto de creación.
Esta clave me llevó a pensar en una elección, que se me ofreció como una revelación. Una epifanía de consecuencias aún no claras.
La nostalgia (el “dolor del regreso”, de acuerdo a su etimología), conlleva una forma penosa de la evocación. Extrañar aquello que fue –lo que parece inevitable- es un acto tan inútil como suicida. Es como encallar y perder toda esperanza de que la marea nos saque de allí. Nada volverá a ser. Por suerte, en la mayoría de los casos.
Pero hay una evocación fresca, fértil, que está construida con la misma argamasa de la nostalgia, pero con un sentido completamente diferente. Se trata de extrañar “lo que podría ser”, en lugar de lo que ha sido. Para comprenderlo se debería poder vaciar a los lugares y personas que hemos dejado atrás de toda determinación fatal. Si nuestra vida continúa, también la de los espíritus de los que no están muertos. El viento sopla siempre nuevo, el despertar de otras almas es nuevo cada día. Es posible entablar una nueva relación con ellos sin el cristal deformante de lo que fue.
Este acto de reconciliación es un acto vital, la resignificación de nuestro equipaje interior.
Así uno puede ir hacia aquello a lo que antes se volvía. Porque todo retorno es imposible. Y todo viaje no concluye jamás.