The eternal question, por Matt West
Esta mañana, muy temprano, en lo que dura un pestañeo, la duda súbita y sorpresiva ante una acción cotidiana y conocida como el sentido en el que gira el cepillo de dientes, tuve una sensación de eternidad.
Estaba en mi escritorio, donde estoy ahora, mirando esta misma pantalla, tomando de la reglamentaria taza el café prematuramente quemado. Seguro, cómodo, con la emoción neutra de aquel que aún no despierta.
De repente me di cuenta -aunque el estado de conciencia en el que entré no tenía nada que ver con "darse cuenta"- de que no sabía si era ayer, hoy o la semana pasada; si era temprano o ya debía irme. Una perplejidad absoluta, un dejá vu permanente, eso me pareció esa sensación que ahora adorno con el nombre de eternidad.
Un refugio de la memoria, tal vez la del reptil -o la del proletario- borra los límites de los pequeños accidentes de la rutina como llegar, irse, dormir y hablar con alguien querido. Lo que queda es una conciencia difusa de presente continuo, de delicioso fluir sin alegrías pero sin desdichas. Los colores tenues, la luz pareja, el aire filtrado, algunos objetos personales, en suma, un paisaje sin sobresaltos.
Es la imagen más convincente que tengo de la eternidad.