lunes, 12 de julio de 2010

Orientación vocacional


See you on the other side, de Jasohill (Flickr)

No sé si se sigue haciendo la pregunta obligada que hacían tías y amigos de la familia en nuestra infancia: “¿qué vas a ser cuando seas grande?”. Tal vez sí, pero probablemente haya mutado a una versión más práctica, donde el “ser” se reemplace con el “hacer”. ¿A quién le importa hoy el “ser”?

Tampoco estábamos preparados nosotros para contestar quiénes seríamos, pero había una relación más estrecha entre nuestras ilusiones de ser en el futuro y la actividad práctica que lo contuviera y confirmara.

Yo quería ser aviador. Más bien quería volar. Y contarlo. Pero no fui ni hice eso. Quería pintar, pero hice electrónica (yo no decidía). Quise ser pianista, escritor, y aún quiero ser pianista, escritor y pintor, pero tuve la suerte y luego la desgracia de trabajar en los medios y apenas pude elegir estudiar Historia del Arte.

Fui tan exitoso como fracasado, luché y tuve facilidades portentosas como caídas tremendas. ¿Y quién soy? ¿Tiene que ver con lo que hago?

No tengo una respuesta segura para ninguna de esas preguntas.

Cuando un hijo está a las puertas de decidir su destino, uno debería decirle ante todo que su destino no podrá decidirlo más que en un modesto porcentaje, a pesar de lo que digan las filosofías baratas del turismo espiritual.

Que es conveniente que elija una ocupación que garantice su felicidad al hacerla a diario, lo cual es difícil saberlo cuando sólo se ha ido al colegio a diario hasta ese momento de decisión.

Que todo trabajo es digno, pero hay algunos que son más dignos que otros. Y que la relación entre lo redituable y lo digno suele ser inversamente proporcional.

Que el éxito es un concepto discutible, aunque hoy se relacione exclusivamente con el dinero. El éxito tal vez sea el placer de hacer cada día lo que se ama, aunque todo amor tiene sus altibajos. Y no es necesario ser monógamo en nuestro trabajo.

Que trabajamos para vivir, y que aun sin placer es necesario trabajar, así que es conveniente elegir una profesión lo más tranquilizadora posible en su continuidad.

Que uno quisiera arar la tierra donde los más amados arrojen su semilla. Pero no siempre se puede dejar tierra en heredad.

Que uno no será nada cuando sea grande, que no se empiece a ser desde siempre.

Claro, luego estará la tierra, la sociedad, la época, las relaciones, el cuerpo, la fatalidad, las energías, el amor, y todo aquello que pone a prueba, confirma o trastorna nuestro ser.Tal vez la mejor orientación vocacional esté en advertir sobre la aventurada precariedad de nuestro destino.