martes, 31 de agosto de 2010
Educación de un niño napolitano
¿Quién dijo que los paraguas son feos?
jueves, 26 de agosto de 2010
Wolfsheim
jueves, 19 de agosto de 2010
Tratamientos
Qué fantástica es la fiesta
lunes, 16 de agosto de 2010
Ikenaga Yasumari
jueves, 12 de agosto de 2010
Crónica exaltada (advertencia: es ironía)
En un amistoso pero agónico encuentro, los Guerreros Aztecas y la Furia Roja evocaron el combate de dos pueblos viriles, uno en busca de su independencia, otro por el fortalecimiento de su dominio, combate que comenzó hace 500 años pero que puso el tablero a favor de las libertades latinoamericanas hace 200. El Bicentenario entonces es el marco propicio para el encuentro de dos potencias: una, consagrada en el reciente Mundial de Sudáfrica, porta la copa y la presenta a la tribuna local, que la recibe con aplausos confirmando el honor que merecen los titanes de la Madre Patria; la otra, un grupo de guerreros jamás vencidos en combate frontal, inspirados por el fervor del pueblo al que representan, tradicionalmente dispuestos al sacrificio.
El encuentro marcial concluyó en un empate conseguido a último momento por la escuadra española, que deja en el pueblo el gusto de una casi victoria, de la confirmación de los merecimientos de una selección que está para campeona, y que ha sufrido –lo sabemos ahora- la zancadilla de una conspiración europeo-sudamericana, para quitarle el podio al cual claramente apuntaba.
Es para destacar el excepcional desempeño de la nueva divinidad del fútbol internacional, el Chicharito Hernández, más que un Chicharito, la pupila misma de Dios que apunta al arco contrario y vence, y vence, cargando el destino de su pueblo sobre sus espaldas y llevándolo, por fin, a la gloria.
miércoles, 11 de agosto de 2010
Encuentro con Dios
lunes, 9 de agosto de 2010
Meat Loaf
Esto también es trabajar
viernes, 6 de agosto de 2010
Momentos y lugares
jueves, 5 de agosto de 2010
Moda comprometida
miércoles, 4 de agosto de 2010
Hablemos...
Un don ausente
Me hubiera gustado ser habilidoso para el fútbol. En mi infancia marcaba la diferencia entre protagonistas y observadores. O, mejor: la línea divisoria entre los que se divertían y los que sobraban.
Es que a mí me divertía, y mucho, pero mi cuerpo no respondía con fluidez a la maravillosa danza del deporte. Se puede mejorar, ciertamente, pero esa armonía de movimientos, esa comprensión muscular del fútbol, debe ser innata o se adquiere apenas se aprende a caminar. Es un misterio para mí.
Se dice que los chicos son crueles, ni más ni menos crueles que los mayores en los que luego se convierten. Son más sinceros en la expresión de su crueldad, que tiene que ver con el aprendizaje del poder y la percepción de las diferencias.
Las ceremonias que rodean la organización de un partido de potrero en la infancia son de una despojada crueldad. De una crueldad huesuda. Ahí se elige y se descarta sin mayor compromiso que el aporte del más apto, en beneficio del equipo. Quedarse último en el reparto de jugadores es una de las más cabales humillaciones que comienzan a modelar nuestra visión del mundo. Ahí, más que en ningún otro lugar, nos damos cuenta de que los halagos incondicionales de los padres son insostenibles ante los pares. Ahí descubrimos que bajo determinadas condiciones podemos ser menos, no aptos, descartables, innecesarios, molestos.
Un día descubrí que me gustaba jugar de once, aun siendo derecho. Hoy en día no sé cómo se llama al puntero izquierdo, si es que existe este puesto (esa función natural) en la nueva ingeniería del fútbol. Casi siempre en off side -que no se tomaba demasiado en serio a menos que fuese escandaloso- yo podía recibir pelotas fruto del esfuerzo y la habilidad ajena para llevarlas hasta el arco. Nunca me convertí en goleador, pero tuve mis días de gozo. Meter un gol y abrazarse con los compañeros es una de las formas de la felicidad.
Pero el fútbol no fue, no es y no será ya lo mío. Cuando intenté jugar al básquet descubrí que mi cuerpo era aun más ajeno a esa dinámica, pero el rugby y más tarde el paddle, me persuadieron que yo no era espástico. Simplemente no tenía el don de la danza futbolística.
Nunca sería un héroe.