martes, 20 de abril de 2010

Ingenuidad



Banquete, en Tapiz de Bayeux (S.XI)

Los poetas antes eran voceros de los dioses; hoy en día son desocupados o se hacen cantautores. No todos los cantautores son herederos de los bardos, es preciso aclarar: muchos descienden de los bufones. Y como aquellos, son sensibles a la munificencia de un Señor, en una curiosa latencia del medioevo.

Hace una semana, Joaquín Sabina, cantautor español, romántico y empedernido, expresó su compromiso político pour la gallerie durante su visita a México en ocasión de la gira “Vinagre y rosas”. Dijo que Calderón había sido un “ingenuo” al declararle la guerra al narcotráfico, que así no se puede ganar, sino legalizando el consumo. Meses antes, otros prestigiosos teóricos del tema habían expresado lo mismo; hasta ahí todo bien.

Las declaraciones de Sabina preocuparon al Gobierno, muy atento a lo mediático. El Presidente discutió públicamente al día siguiente el ser un ingenuo, y que la ingenuidad consiste en abandonar la lucha. Notable el influjo de un cantautor español en los asuntos que conmueven a México y sus fronteras.

Pero hubo más. En un estilo muy mexicano, Sabina fue invitado a comer a Los Pinos, la residencia presidencial. Y Sabina aceptó.

Según la simpática crónica de Mayolo López de la Agencia Reforma, “Con tequila y vino de por medio, en una tarde soleada en Los Pinos, Felipe Calderón y Joaquín Sabina se enfrascaron en una larga y amena discusión sobre el drama que respira México: la inseguridad y la violencia aparejada al crimen organizado (…) Un puñado de personajes desfiló por Los Pinos: Fernando Gómez Mont, Consuelo Sáizar, Félix Fernández, David Fillio. Fue "una comida de amigos", contó la intérprete peruana Tania Libertad (…) Se dijeron cosas muy bonitas; ojalá hubiera sido abierta, hubo muy buen ambiente", contó Libertad. (…) Y llegó la hora de cantar. Que hacía falta un mariachi para el maestro Sabina, que traigan al mariachi de la Marina. "Cantamos de todo", dijo Sabina. Ella, Que te vaya bonito, Y nos dieron las diez, Llegó borracho el borracho”. Desparpajado, despreocupado de todo, llegó a decir que el Presidente de México cantaba mejor que él. (…) El anfitrión ofreció ensaladas, pescado, tequila y vino. Fernando Gómez Mont abandonó la residencia oficial visiblemente satisfecho. El Secretario de Gobernación también aseguró que Sabina no se había retractado. "No había por qué retractarse. Lo único que dice es que ser ingenuo significa tener capacidad de la esperanza y de seguir peleando aún en aquellos casos donde los espacios para esperar, reaccionar y defenderse se reducen. La ingenuidad, por lo que a mí toca, es un acto de buena fe que puede ser superada sólo con verdad y con compromiso", repuso.

Al salir, Sabina dijo “el ingenuo soy yo”. Y de acuerdo a la definición de Gómez Mont, un ingenuo es un esperanzado que persiste en su lucha, bien intencionado y veraz. Caramba, las coincidencias que construye un diálogo ameno en Los Pinos con buena comida y un mariachi de la Marina (desconocía que existía tal personaje). Sabina y Calderón, dos ingenuos amigables. ¿Serrat hubiera aceptado?; dejemos las odiosas comparaciones y sigamos en la ingenuidad.

La comida, más allá de su función original de sostén orgánico, tiene muchos significados simbólicos. Puede ser acto de amor, ofrenda, festejo, marco de negociación u ocasión de ejercer el poder. Todos los anteriores están presentes en México, pero me detengo especialmente en el último. El poderoso, como en la Edad Media, da de comer, aunque no sea necesariamente el que produzca los alimentos. El Señor alimenta, y su generosidad en el acto habla de su grandeza. A cambio exige fidelidad; está en el habla: “primero lo alimento y luego me clava un puñal” “este país le da de comer y después habla mal de él”.

En México es frecuente que una invitación a comer de alguien que está en una posición de poder sea confundida con un acto amistoso, cuando en realidad es el establecimiento de una relación en la que alguien otorga y otro le debe lealtad desde ese momento. No se supone que esa invitación necesite de una compensación en sentido contrario, como en los casos de pares que disfrutan comer juntos. Dirán que esta es una interpretación “ruda” y paranoide sobre una costumbre cordial y muy frecuente, pero yo encuentro que es más “rudo” el estilo del poder. Hace unos días estaba en un café y un hombre joven estaba con su pareja, tal vez su amante, por algunos códigos ambiguos. Él, macho tropical, le estaba explicando el significado de la vida. Ella asentía, admirada o aburrida. En un momento él se paró de la mesa y extendiendo su brazo al estilo de Carlomagno le dijo “pide lo que quieras, Coca, pastel, lo que quieras”. Todo lo que connotaba su tono y actitud era poder y posesión: “yo te alimento, yo soy el Señor”. A mí me ha pasado haber sido invitado a comer por una persona de escalafón jerárquico superior y que no sólo eligiera el restaurante sino el menú. “El día que no seas mi empleado y tú invites, tú eliges”.

Rituales que hay que tener en cuenta, diferencias culturales o simple percepción de los mecanismos del poder, que en un descuido nos convierten de bardos a bufones.