Soul in La Marquesa, de Rony_L_Litsky (Flickr)
¿Qué se espera de nosotros?
¿Qué esperábamos de él?
¿Qué se espera de mí?
¿Qué expectativas yo mismo me he comprado y cuáles he creado sobre mis posibilidades?
Somos poco más que la evocación de palabras que movilizan un cuerpo perecedero.
Somos la confusa percepción de nuestros sentidos, intraducibles excepto por el arte, un don misterioso que tal vez haya sido dado a unos pocos.
Somos una suma de miedos que se escudan tras una colección de inverosímiles convicciones.
Somos aquello que sabemos de nosotros, no más que algunos hábitos y recuerdos, y lo que los demás piensan sobre nosotros. Después de todo ella conoce mi cara mejor que yo: quizás le pertenezca más que a mí.
¿Dónde está nuestra grandeza? ¿En qué lugar del mundo crecen grandezas como para reconocerlas? ¿Por dónde corren la bondad y el pecado, la pereza y la voluntad? ¿De dónde caen la sabiduría y la virtud?
Junto al lecho del moribundo imagino que él pronto sabrá aquello que nos es negado. O se perderá en un vacío opaco. Él ya está cansado y toma mi mano. Está firme, caliente, pero faltan pocas horas. Sabe con quién habla, sabe lo que me dice; ignoro el porqué, lo cual ya pertenece a su íntimo combate.
De repente, se ha ido (las metáforas sobre la muerte no sólo son insuficientes, sino irritantes). Se abren las ventanas y de él queda un recuerdo que no sobrevivirá a las generaciones.
Las piedras permanecen en silencio y los animales se mueren solos.
¿Quién nos convenció de otra cosa?