miércoles, 14 de abril de 2010

La piedra de molino


Cardenal Bertone

“De visita en Chile, el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, aseguró que los casos de abuso sexual hacia menores cometidos por sacerdotes católicos, no están relacionados con el celibato, sino con la homosexualidad.

´Muchos psicólogos y psiquiatras han demostrado que no hay relación entre el celibato y la pedofilia, pero muchos otros han demostrado recientemente que hay relación entre la homosexualidad y la pedofilia´, comentó Tarcisio Bertone". Fuente: Once TV Noticias

Tarcisio también se llamaba el sacerdote rector del colegio donde hice mi secundaria. Era un cura carismático, de tremenda simpatía. Recuerdo algunas actitudes generosas de su parte, como becarme luego de la muerte de mi padre, o apoyar la creación del equipo de Rugby –en un barrio de clase media baja- pese a la oposición activa del profesor de gimnasia.

También era el confesor de Videla, me enteré más tarde. Tal vez por esa razón desaparecieron inexplicablemente los delegados de curso a comienzos del 76. Quién sabe; era todo muy confuso entonces y yo estaba entretenido en solucionar mi adolescencia con orfandad paterna recién estrenada.

Con él no tomé mi primera comunión, una decisión tardía, casi anacrónica, después de los 14 años. Los cursos de catecismo de la infancia me habían aburrido y dejado perplejo en ocasiones. Volvería sobre el tema cuando tuviera la posibilidad de preguntar y obtener respuestas.

El que me preparó fue Macario, un cura de Lourdes de inteligencia despierta y mirada penetrante. Tuve algunas motivaciones extra, es preciso reconocer. Mi amigo Miguel Angel estaba en su faz religiosa –antes de volverse empresario almacenero, luego macriobiótico y más tarde contrabandista de piedras preciosas en Brasil- y era muy persistente. Además estaba Virginia, que cantaba en misa de 11 y no me daba ni la hora porque planeaba hacerse monja.

Mi comunión pasó sin mayor novedad pero tiempo después Macario desapareció de los lugares que solía frecuentar. En un campamento de niños de la parroquia, uno de ellos había sido encontrado estrangulado en un arroyo, posiblemente violado. Se señalaba a Macario como el culpable, por lo cual fue trasladado silenciosamente a otra parroquia, tal vez en la Patagonia. Quién sabe; era todo muy confuso entonces y también desaparecía al mismo tiempo otro cura muy popular amigo de guerrilleros.

Bien, es obvio: son casos. La Iglesia argumenta que los hombres son falibles pero que su Institución está amparada por Dios. El señalamiento de debilidades en algunos casos no llega ni siquiera a un comportamiento estadístico que manche a la Santa Iglesia en su conjunto, que sobrevivirá “cuando todos sus críticos hayan muerto”, según palabras del Cardenal Ribera, de México.

Pero lo de Bertone, vocero autorizado del Vaticano: ¿es una irregularidad estadística, debilidad personal o la opinión misma de la Institución?

En primer lugar, el sacerdote emparenta la homosexualidad con la pederastia. Asumo que el celibato no tiene como consecuencia fatal la pederastia, pero a pesar de que “muchos psicólogos y psiquiatras” (¿quiénes?) lo afirmen, no veo la relación entre lo que ya se asume como tendencia natural y una perversión que además está penada por la ley. Casualmente cuando en estos días se discute la adopción por parejas homosexuales, el argumento presentado es el mismo: “tienen tendencia a la pederastia”. Meter un niño en una familia homosexual equivaldría a condenarlo a una violación reiterada; llevarlo a un internado católico lo libraría de esas perversiones, ¿no es así, padre?

Pero por un momento hagamos la pirueta mental de pensar que puede tener razón. No se enojen: es sólo un ejercicio. ¿Es ese argumento una justificación? ¿disminuye la criminalidad de los actos pederastas el estar motivados por la homosexualidad en lugar del celibato? ¿Es el ensayo de algún argumento tan torpe como “se nos colaron algunos homosexuales satánicos, no vayan a pensar que el celibato nos lleva a la degeneración”?

La pederastia, ya sea perversión, tendencia o desvío, es un crimen penado por la ley, por la naturaleza de las víctimas y las consecuencias que el acto provoca en sus psiquis y conciencia. Es condenable además porque se ejerce con alevosía, desde una posición de poder y, en el caso de la institución eclesiástica presenta el agravante de que la estructura protege a los perpetradores y acalla a las víctimas.

Homosexuales o distraídos, calentones o desviados, la Iglesia debe responder por los crímenes de esos hombres de su Institución. Pocos, muchos, los que sean. Para los que profesan su fe y para los que vivimos en una sociedad con leyes y el derecho a tener otra o ninguna fe religiosa.

Cristo, por cierto, estaría enojadísimo.