martes, 23 de febrero de 2010
Diamanda Galás
lunes, 22 de febrero de 2010
Histeria
- "Megan Fox llora de asco cuando besa en el set. Megan Fox, protagonista de Transformers , confesó que le parece repugnante besar a compañeros de trabajo durante los rodajes"
- "Lady Gagá: desnudo y crisis. Tras una sesión de fotos para la revista Q, habría entrado en crisis, por sentirse incómoda con las poses en topless. Según trascendió, se puso muy nerviosa, hasta el punto de echarse a llorar y amenazó con irse a menos que la dejaran sólo con su novio durante la sesión"
- "Pattinson y su curiosa alergia. Lo que para muchos puede ser un sueño hecho realidad, para Robert Pattison fue un tormento. El actor debió posar con varias mujeres desnudas durante doce horas para ilustrar una entrevista para la revista Details y al finalizar salió despavorido. "Realmente odio las vaginas. Soy alérgico a ellas", declaró el protagonista de Crepúsculo"
¿Qué nos está pasando? Los sex symbols resultan ahora más fóbicos que una monja de clausura, con el agravante de que no eligieron la castidad como éstas, sino que viven de generar fantasías eróticas, precisamente.
Que un sociólogo me explique esta tendencia irreversible hacia la virtualidad, donde nada es lo que parece ni se entrega aquello que se promete. O que un psicólogo me asesore sobre la consagración de la histeria.
Reivindicación del olvido
Recientes investigaciones sobre el sueño parecen desmentir a Freud, ya que afirman que la actividad cerebral nocturna y sus fantasmales imágenes no son más que un proceso de borrado de datos innecesarios.
Nuestra mente necesita olvidar y saca la basura por las noches.
Así como me gusta afirmar que no somos mucho más que memoria, creo que sobrevivimos gracias a que los recuerdos se desgastan con el tiempo. Es pura ecología de la mente. Sería insoportable ser un Funes, evocar estados emotivos con la misma intensidad con que se han vivido, reconocer cada dato histórico de nuestros sentidos y compararlos, en fin, vivir en un pasado vital, permanente, abrumador.
Mucho se ha escrito, científica y literariamente, sobre las funciones de la memoria y su pérdida. No pretendo ninguna originalidad aquí.
Lo que me interesa destacar ahora es un aspecto, mucho más trivial, de esta cuestión.
Una consecuencia secundaria de esta época de la comunicación absoluta, donde nuestra imagen y pensamiento (en el mejor de los casos) está en redes sociales que ocupan febrilmente la actividad sobre cualquier clase de aparato conectado a internet, es la depreciación del olvido. Como en un perpetuo menemista, donde “ser es aparecer” (Feinmann el bueno dixit. ¿Se lo sigue considerando “bueno”?), el tener una vida virtual expande la presencia de uno mismo en la mente de los demás. Y amplía el número de “los demás”, incluyendo a aquellos a los que uno dejó de ver y olvidó, por alguna buena razón o por carencia absoluta de razones para seguir.
Me ha sorprendido encontrar invitaciones a “ser amigo” en Facebook de personas que me conocían y de las cuales yo no tenía memoria. Uno de ellos, al que recordaba vagamente, y con simpatía, reveló guardarme un rencor absoluto por un incidente de trabajo de hacía más de 20 años que yo ni siquiera pude o quise discutir, porque no sé si sucedió así o de cualquier otra manera. Otros querían ver “cómo había envejecido”, mientras lucían sus peladas y otras heridas del tiempo. Un grupo numeroso de ex compañeros de trabajo me invitó –reiteradamente- al encuentro de nostálgicos de aquella empresa que parece haber sido el paraíso, el non plus ultra de sus vidas. Muchos/as “ex” han querido revertir su condición de tales, mientras exhiben con sobreactuación su presente feliz luego de cruentas batallas. Muecas, donde en la memoria quedan gestos. O nada.
Al cabo de un tiempo, un insociable como yo porfiará en no habilitar su Facebook y dejar que aquello que se marchó siga su destino. Nuestra civilización no suelta: sólo es estimulada para tomar, retener, exhibir. “Poseer” cientos de “amigos” en una red social parece ser un lujo envidiable en la contemporaneidad.
Claro, esto es chino para un adolescente, cuya memoria de tiempos idos se remonta a lo sumo 10 años y a su infancia. Pero luego de los 40, digamos, uno ya ha coleccionado historias y ha leído libros que, voluntariamente, ya no quiere volver a leer. No conviene, si es útil mi consejo. Aquella persona con la cual quedó una asignatura pendiente, esa otra que queremos saber cómo le fue con los años, el mejor compañero de la secundaria, el vecino del barrio, todos aquellos que no están hoy en nuestra vida, es mejor dejarlos, en la mayor parte de los casos, donde están.
No es mala onda, todo lo contrario. El olvido es una forma de generosidad. Un rasgo de estilo. Una función vital.
Steven Wilson
jueves, 18 de febrero de 2010
martes, 16 de febrero de 2010
Darwinismo
La patria es un choripán ausente
lunes, 15 de febrero de 2010
viernes, 12 de febrero de 2010
La inocencia del ideal
Oh Lima Club Utopia, de Scottamus (Flickr)
Y un día nos dimos cuenta de que teníamos un ideal. O varios: todo un sistema de valores, con suerte una utopía, simples preferencias y algunas tendencias. Creímos en la bondad universal, la inteligencia extraterrestre, la justicia divina, el deterioro del planeta, el poder del dinero, la garra de Boca Juniors o el fatal hallazgo de la mujer ideal. Para ese día habíamos abandonado la infancia.
Ya nos habían enseñado demasiadas cosas en casa, de las explícitas y de las que nunca se dicen. Alguna religión nos había transmitido sus obsesiones. Las lecturas –en el fabuloso caso de que las haya habido- nos habían ampliado la visión. La muerte, la enfermedad, la alegría, el placer, nos arañaron tempranamente y dejaron su marca indeleble.
Descubrimos a otros que tenían sus ideales y preferimos a aquellos con unos parecidos a los nuestros. Juntos hicimos de esas construcciones personales una ideología compartida y tratamos de entender cómo es posible que hubiera otros que se opusiesen.
Estábamos entonces en plena inocencia del ideal.
Sin embargo, hay ideales que seguiremos manteniendo por siempre. Grandes y pequeños, raíces y ramificaciones de un sistema de ideales. Descubrirlos allí, por detrás de la pintura ya roída, implica una emoción particular, que va desde la perplejidad hasta el autoreconocimiento.
Estamos entonces en la etapa de la resistencia del ideal.
A esta resistencia del ideal la llamo voluntad de estilo, pero podría llamársela de mil maneras, o simplemente: yo. Son aquellos agregados a mi esencia que ya se confunden con ella. Porque nuestro sistema de pensamiento y emociones agrega ideas como tatuajes a nuestra esencia o, tal vez, en nuestra esencia innata existen los huecos que esperan y buscan ciertas ideas.
miércoles, 10 de febrero de 2010
Cacofonías
Nortec
martes, 9 de febrero de 2010
Dormir, soñar
El sueño es un territorio extenso, seductor, desconocido, como el mar.
Cuando era chico me disponía a dormir con la actitud de un viajero. Me cubría con la ropa de cama como si fueran los aparejos de una nave interespacial: apretaba botones imaginarios, ajustaba correas, bajaba burbujas de cristal. Luego, al cerrar los ojos, comenzaba a imaginar una historia –costumbre que perdura- que se parece bastante a una utopía nórdica: un paisaje de murallas frente a las cuales se libran permanentes combates. Siempre me duermo antes de la definición del duelo singular.
En una de las novelas truncas que esperan en mi computadora, la primera frase es “duermo como quien combate”. Me muevo, giro, busco a tientas quién sabe qué, gruño, gimo y en los mejores casos, ronco. Debe ser bastante molesto compartir la cama conmigo. No recuerdo si el descanso de mi infancia o adolescencia era mejor, si su deterioro es comparable al de un auto al que le han pegado demasiados guijarros en el camino y ha caído en baches asesinos.
Sueño en colores. Con sonido surround. Una vez soñé con una mujer que cantaba en un escenario al aire libre la canción más bella imaginable. Otro día soñé una voz sin imagen que preanunciaba el nacimiento de mi hija mayor. En una época soñaba argumentos de ficción que por la mañana podaba y me permitían cumplir a diario la rutina de guiones de un deplorable programa de TV. Me gustan los sueños, incluso las pesadillas, porque las miro desde afuera como fuentes de futuras ficciones, como revelaciones, nada freudianas, de que la realidad profunda es imprecisa.
¿Por qué ha sido diseñado un descanso tan largo? ¿Por qué necesitamos estar ausentes de la conciencia durante tantas horas? Prefiero pensar como los antiguos que vigilia y sueño no son más que dos sendas diversas por las que caminamos, tanto como vida y muerte son dos estados igualmente reconocibles. Eso explicaría muchas cosas. Y sin embargo, no logro convencerme.
lunes, 8 de febrero de 2010
Mexicanismos
viernes, 5 de febrero de 2010
El corazón de los otros
Extraño París
miércoles, 3 de febrero de 2010
Lacrimosa
martes, 2 de febrero de 2010
Idea
Sensibilidad poética
- Sustituir el texto... Una rosa es una rosa por Regala flores"