miércoles, 31 de marzo de 2010
¿Qué realidad?
viernes, 26 de marzo de 2010
Amedeo Minghi
Viernes
martes, 23 de marzo de 2010
¡Nombre!
En estos días se debate en México si el Estado limitará o no la creatividad de los padres a la hora de ponerle nombres a los hijos. Casos como Masiosare (fragmento del himno nacional: “Mas si osare un extraño enemigo…”), Usnavi ( de US Navy), Robocop, Helicóptero o Tifoidea inspiraron a una diputada del
Es paradójica la relación del mexicano con sus libertades. Fiero a la hora de defenderse de intentos de intervención como el presentado, resulta curiosamente sumiso en muchos otros casos. No sé de qué me asombro, ya que en Argentina he sido testigo de absurdas rebeldías de tiendita y de escandalosas aceptaciones.
¿Podríamos considerar la libre elección del nombre de un hijo como un derecho inalienable? ¿Y qué pasa cuando uno se llama Helicóptero y es centro de todas las bromas en la escuela?
No sé cómo estará la cosa en Argentina, pero cuando nació mi hija mayor yo tenía la intención de ponerle de segundo nombre el gaélico Maire (significa María) y los listados oficiales no me lo permitían. Gracias a una compañera de trabajo que tenía registrada a una hija con el nombre de Jamaica, me enteré de que era una magistrada la que decidía, como en el sketch del gordo Casero, “esto es kosher, esto no es kosher”. La revelación incluía que la voluntad de esta legendaria guardiana del buen gusto se ganaba a través de la emoción. Si uno iba con el argumento de “es mi derecho”, rebotaba, pero si la historia tras el nombre extraño ameritaba una lágrima o dos, se aprobaba. Así fue como, además de conseguir una carta del embajador de Irlanda que probaba la existencia del nombre Maire, escribí uno de mis textos más inspirados y delirantes, donde hacía mención de pasiones, visiones y herencias de sangre improbables. Logré la aprobación con una pila de documentos sellados tal como si hubiera adquirido la propiedad del palacio de Windsor con los muebles incluidos.
¿Cuáles son los límites? Levanto la vista y tengo a la mano un Agkbar Juhani (desconozco si hay inspiración étnica), un Elfego Gilberto (inspiración clásica) y un Edgar Hiram (inspiración highlander). ¿Estarían en el nuevo catálogo de nombres aprobados o quedaría el juicio estético/civil a cargo de un oscuro funcionario? Quiero decir, es sencillo discriminar a una Tifoidea, pero la cosa se complica con una Yobana, Magdiel o Nashieli. Hay un gusto regional, una moda, unas repercusiones sentimentales que los papeles administrativos no alcanzan a percibir. Conceptos que no valen para todos ni en todos los lugares ni en el mismo momento (por ejemplo, Marcelo es un nombre inusual en México, y es muy común en Argentina).
¿En qué instante uno levanta el brazo y dice “hasta acá” a la intromisión del Estado en la vida privada? ¿Cuál es la oportunidad adecuada para decirle al Estado “es hora que me des una mano con esto”? ¿Cómo llegamos a este Estado?
Lobos o corderos, rebeldes o sumisos, pareciera no existir sensibilidad para captar el punto medio o juzgar de acuerdo al caso.
Pero si el desequilibrio es inevitable, prefiero que se incline hacia la libertad.
lunes, 22 de marzo de 2010
Soledad virtual
viernes, 19 de marzo de 2010
Tengo un amigo argentino
Mi interlocutor, vendedor de una empresa de tecnología peruana, me estudiaba con atención y una sonrisa profesional. Practicaba el método socrático, sin conocer a Sócrates, ya que pensaba que eso de relacionarse con preguntas era el invento de un ejecutivo de Quebec. En un momento algo pareció hacer clic en él y me preguntó:
-Tú no eres mexicano. Eres argentino o uruguayo.
-Argentino.
-Tengo varios entrañables amigos argentinos.
Hace una semana, el vendedor de una empresa de tecnología española había afirmado:
-¡Los argentinos estáis por todo el mundo!. Yo tengo varios amigos argentinos muy queridos.
Mi amigo Mauricio, mexicano, más próximo al sentir común y más sincero, confesó:
-Los argentinos que me tocó conocer… bue… Salvo unos pocos que… y tú, que eres mi amigo.
Parecería que tener un amigo argentino hoy (fuera de Argentina) es garantía de criterio amplio, ausencia de discriminación negativa y hasta humanismo. El Nuevo Ciudadano del Mundo tiene, por lo menos, un amigo negro, uno judío, uno gay y uno argentino.
¿Por qué nos volvimos tan poco populares en el extranjero? Porque cabe aclarar que aquellos que estuvieron en Argentina se asombran con la buena onda de la gente, sencilla y cálida con el recién llegado.
Mauricio (el amigo antes citado) tenía una jefa “argenta” en su trabajo anterior. Un día escuchó como ella hablaba por teléfono con un familiar y le contaba:
-No te imaginás: México está dominado por los argentinos.
No me consta tal dominio y, si así fuera por algún secreto conspiracional que desconozco, no hemos aportado demasiado. Es más, viendo como anda aquello, el “modelo” no se me hace materia de exportación.
Mayoritariamente o en proporción de leyenda urbana, nos comportamos afuera como si fuésemos más lindos, más inteligentes, más rápidos y más eficientes. Si bien es cierto que nos adaptamos rápido a nuevos contextos, la adrenalina celeste y blanca se manifiesta en una vanidad exhibicionista y corta de miras, irrespetuosa y bastante necia.
Atención: todas las sociedades humanas son discriminatorias, pero se diferencian por la contención que logran al respecto. Las leyes y las costumbres configuran sociedades impenetrables o benevolentes. México tiene una tradición de acogida amable de exiliados e inmigrantes de cualquier origen. A veces exageran, de hecho, y se produce el fenómeno llamado “malinchismo”, por el cual todo lo extranjero obtiene ventajas negadas a los locales.
Con nosotros hay una dualidad de amor/odio bastante particular. Tenemos un tipo físico diferente, y cuando abrimos la boca ya nos sacan. Detestan nuestra vanidad (mamonería) y les incomoda lo directo, que consideran rudo. Pero no hay mayores consecuencias. Conseguimos trabajos interesantes y la integración social se da con bastante rapidez.
México no es el problema: el problema somos nosotros. Estamos tan convencidos de ser diferentes que empiezan a vernos como tales, pero no en el sentido que hubiéramos esperado.
Aquella civilización educada y pacífica que generaba tantas expectativas a comienzos del siglo XX es hoy un grupo humano desperdigado por el mundo, rabioso de nostalgia, impotente de progreso en su propia tierra.
Con un poco de suerte, a pesar de todo, los que nos fuimos amaremos a alguien y, aunque sea un argumento tranquilizador para vender algo, formaremos parte de alguna exótica colección de amigos.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Feliz San Patricio
Recién es miércoles
martes, 16 de marzo de 2010
Mexicanismos
El sueño de la razón produce monstruos (freak show)
Dos casos me parecen extremadamente interesantes porque, además de su obra musical, han manejado su figura como magos de lo oculto, excitando la ilusión de aquellos a quienes les fascinaría que existiesen vampiros en realidad, más interesantes que Robert Pattinson, lo cual no es difícil.
lunes, 15 de marzo de 2010
viernes, 12 de marzo de 2010
Los límites de la utopía
Yo viví en un country 9 años.
Formé parte de la oleada neoburguesa que abandonó la capital en busca de una vida nueva. Cada una de esas familias tenía objetivos diferentes; pensar que el grupo de “los que ganaron” (así se titula el trabajo de la socióloga Maristella Svampa sobre los countries) era homogéneo es una grosera simplificación del asunto. En mi caso y el de muchos me apasionaba la huída de la ciudad al paisaje, la vida deportiva, la seguridad y el precio accesible del metro cuadrado. Me sentía un pionero y estaba dispuesto a cualquier sacrificio. No conocía aún el precio real que debería pagar.
Muchos como yo llegamos a tener un estilo de vida que en otros países está reservado a familias con ingresos considerablemente más altos y más antiguos. Dos de mis tres hijos nacieron allí y se convirtieron en sujetos experimentales de una vida sin subterráneos, colectivos ni clase media. Sólo alfas y betas: propietarios y servicio. Blancos y negros.
También dentro del country me tocó vivir una batalla de la edad de bronce entre “residentes” y “socios de fin de semana”. Estos últimos, fundacionales, consideraban a los recién llegados como nuevos ricos que pretendían comodidades que sólo la ciudad podría dar: cloacas, servicios, iluminación, que a la larga contaminarían la bucólica vida pastoril y aumentarían la cuota societaria mensual. Luego vendrían otros enfrentamientos “políticos” cuando comenzó la crisis del 2001, que revelaría la precariedad del “estado de bienestar”. El retrato de aquella crisis y sus repercusiones dentro de la vida country ya tienen una novela y una película, además de un par de trabajos sociológicos y otros un poco más sanateros.
La seguridad era -y es- uno de los temas recurrentes, obsesivos. En la época de los secuestros yo fui víctima casual. También se temieron saqueos hasta el punto que aquel country en cuestión armó una trinchera con bolsas de arena como si temiera el día D pero de pobres.
El quid de la obsesión por la seguridad y el miedo que genera en la población countrista se origina probablemente en la tajante división psicológica que se establece entre el adentro (utópico) y el afuera (amenazante).
La pequeña sociedad intramuros no es más que una reproducción en escala de las tensiones de la sociedad argentina. Con la exactitud con la cual el corazón de una cebolla reproduce el aspecto de la cebolla entera. Con una población que oscila entre familias de profesionales exitosos y fortunas mal habidas, el factor común es la desconfianza hacia el “afuera”. El resto de la gente que vive en el país en ciudades o pueblos no hace esta distinción; sí tal vez otras.
Aunque normalmente las poblaciones de escasos recursos que rodean a los countries –más antiguas- viven de los servicios que ofrecen a estas comunidades, los countristas siguen viendo en ellos factores de riesgo para la seguridad. Constatan o imaginan una envidia del éxito, una ambición imposible, que sólo puede calmarse con el raterismo. Así con los guardias, de los que se sospecha continuamente, como si un Rottweiler mañoso los cuidara al mismo tiempo en que los amenaza.
Los countries podrían ser una idílica forma de vida si no fuera porque en su mayoría desarrollan comportamientos sociales cuestionables, como el culto al dinero y su exhibición, la discriminación, el aislacionismo, la hipocresía, la ausencia de solidaridad, la incultura y otras miserias que, la verdad, no son privativas de estos lugares, pero que al estar concentradas en un ensayo de sociedad, se estereotipan. El miedo a la inseguridad, entre esos males.
A pesar de lo que los medios reportan, con escándalo, las amenazas reales siguen siendo, por ahora, menos graves que las pesadillas de la utopía.
jueves, 11 de marzo de 2010
Espejos rotos
miércoles, 10 de marzo de 2010
Vox Dei
Días nublados
Mediados de los ’70.
Hubiera sido muy útil en aquel entonces un Ipod para llevar una de las mejores bandas de sonido de mi vida. Estaban en mi cabeza Jethro Tull, Yes, Emerson, Lake & Palmer, Santana, Génesis, Sui Generis, Vox Dei, salvando las distancias.
Ahora escucho Benefit (Jethro Tull, 1970) y viajo en el tiempo hasta las calles de Santos Lugares. En esos años pasaron más cosas de las que podía reconocer y valorar. Y yo estaba convencido de que no me pasaba nada en absoluto.
La muerte de mi padre, el primer amor, el desgarro de un país, el descubrimiento de mi música, la moto, los amigos, la vocación, y una bruma de guerra que envolvía todas mis percepciones. De hecho sólo recuerdo días nublados.
La entrada a la adolescencia, pienso ahora, no inauguró dolores en mí. Pero sí me mostró el rostro de las primeras decepciones importantes: el amor no correspondido, la traición al ideal, la muerte de mis inmortales. Lo que vino después lo recuerdo menos.
Cada tanto abrevo en esa época, con cierta melancolía sonriente.
Yo era mejor, tan sólo por la magnitud de mi esperanza.
lunes, 8 de marzo de 2010
Autojustificación
miércoles, 3 de marzo de 2010
The Mars Volta
La Forza del Destino
El Teatro Colón es otra de las metáforas arquitectónicas de Argentina. Ambos, teatro y país, oscilan entre la gloria prometida y la farsa reiterada. Esta historia peculiar lo ejemplifica.
Como el primer Teatro Colón, construido en 1857, fue reemplazado en su emplazamiento por el actual Banco Nación, el actual, inaugurado en 1908, tal vez se convierta en otra cosa si la obra de restauración iniciada en 2006 sigue extendiéndose. La reinauguración prometida para el 25 de mayo de 2008 no se cumplió, y la función de gala se realizó en el Luna Park. Las leyendas o realidades en sordina que rodean a esta restauración son muchas: se acabó el dinero, arruinaron la acústica, la obra se suspendió, etc.
Mientras tanto, los trabajadores y cuerpo artístico de la institución empezaron a seguir derroteros extravagantes, como el de mi amigo, al que llamaré D.
Mi amigo D. comenzó a trabajar en el Teatro en el área de comunicación en el año 2006. Regisseur egresado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y con amplia experiencia en la producción mediática de productos culturales, parecía la persona adecuada para encargarse del programa que saldría en el Canal 7, llamado con el ingenioso título de “Al Colón”. Como los contratos tenían fecha de vencimiento, le ofrecieron el pase a un limbo llamado “Planta Transitoria”, para estirar su relación laboral con el Teatro. Cumplió con su trabajo específico y especializado durante un tiempo, hasta que le asignaron un papel farsesco.
A principios de 2009 Horacio Sanguinetti renunció al cargo de Director del Teatro Colón supuestamente por no haber querido desprenderse de la cantidad de trabajadores que le exigía el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No se recuerda la suya como una gestión gloriosa, pero le reconocen al menos la prudencia de no haber provocado un despido masivo. Así comenzó una política de reubicación por la cual le comunicaron a D. que ya no formaba parte de la planta de trabajadores del Teatro, sino del Ministerio de Salud. La Secretaría de Cultura estaba haciendo uso de una facultad alquímica por la cual podía mover a sus trabajadores a destinos diferentes a aquellos por los cuales habían sido contratados. Claro, las partes debían estar de acuerdo, pero ese detalle se pasó por alto. La consigna era que nadie se quedara sin trabajo, que la reubicación, en lugar de ser un escándalo, era un beneficio.
Citado por el Ministerio de Salud, D. se encontró en sus oficinas a algunos de sus ex compañeros, como en la sala de espera del Purgatorio. Allí, entre muchos destinos, eligió el Hospital Durand por quedarle cerca de su casa, aún confundido por la ensoñación absurda de la situación. Mientras tanto, los que hacían el programa “Al Colón” seguían requiriendo sus servicios, disputándoselo a las salas hospitalarias. D. escribió al nuevo director del Colón, García Caffi, solicitándole el regreso a la TV, pero jamás tuvo respuesta.
“Lamento que usté sea artista, mijo, pero aquí va a mantener su fuente de trabajo”, fue el recibimiento de la encargada de Recursos Humanos del Ministerio de Salud. Como en aquel sketch de Francella, donde el empleado soportaba el acoso de una jefa ninfómana, el disfraz y el ridículo, para no perder su empleo. El primer destino artístico de D. fue la sala de recepción de Análisis Clínicos, donde debía recibir muestras de orina y materia fecal y ordenar las historias clínicas. Por suerte, el Dr. X. resultó ser un operómano incomprendido, y atrajo a D. para su satisfacción personal. Por otra parte, las cualidades histriónicas de mi amigo le granjearon fama entre las enfermeras, que se apasionan con los argumentos de ópera.
Él anda por ahí todavía. Si le toca a usted llevar su análisis, piense que el que los está recibiendo fue entrenado en Historia del Arte, Regie de Opera, teoría actoral y producción televisiva. Seguimos teniendo los taxistas más cultos del planeta, pero ahora también los hospitales se están llenando de talento impar.
Mientras tanto, el Teatro Colón, sigue cumpliendo con su destino de caja de sorpresas, evocando glorias pasadas y prometiendo futuro. Como el país.