Mediados de los ’70.
Hubiera sido muy útil en aquel entonces un Ipod para llevar una de las mejores bandas de sonido de mi vida. Estaban en mi cabeza Jethro Tull, Yes, Emerson, Lake & Palmer, Santana, Génesis, Sui Generis, Vox Dei, salvando las distancias.
Ahora escucho Benefit (Jethro Tull, 1970) y viajo en el tiempo hasta las calles de Santos Lugares. En esos años pasaron más cosas de las que podía reconocer y valorar. Y yo estaba convencido de que no me pasaba nada en absoluto.
La muerte de mi padre, el primer amor, el desgarro de un país, el descubrimiento de mi música, la moto, los amigos, la vocación, y una bruma de guerra que envolvía todas mis percepciones. De hecho sólo recuerdo días nublados.
La entrada a la adolescencia, pienso ahora, no inauguró dolores en mí. Pero sí me mostró el rostro de las primeras decepciones importantes: el amor no correspondido, la traición al ideal, la muerte de mis inmortales. Lo que vino después lo recuerdo menos.
Cada tanto abrevo en esa época, con cierta melancolía sonriente.
Yo era mejor, tan sólo por la magnitud de mi esperanza.