martes, 23 de marzo de 2010

¡Nombre!


Busca tu nombre, de Brizia (Flickr)

En estos días se debate en México si el Estado limitará o no la creatividad de los padres a la hora de ponerle nombres a los hijos. Casos como Masiosare (fragmento del himno nacional: “Mas si osare un extraño enemigo…”), Usnavi ( de US Navy), Robocop, Helicóptero o Tifoidea inspiraron a una diputada del PRD a proponer un proyecto de límite oficial.

Es paradójica la relación del mexicano con sus libertades. Fiero a la hora de defenderse de intentos de intervención como el presentado, resulta curiosamente sumiso en muchos otros casos. No sé de qué me asombro, ya que en Argentina he sido testigo de absurdas rebeldías de tiendita y de escandalosas aceptaciones.

¿Podríamos considerar la libre elección del nombre de un hijo como un derecho inalienable? ¿Y qué pasa cuando uno se llama Helicóptero y es centro de todas las bromas en la escuela?

No sé cómo estará la cosa en Argentina, pero cuando nació mi hija mayor yo tenía la intención de ponerle de segundo nombre el gaélico Maire (significa María) y los listados oficiales no me lo permitían. Gracias a una compañera de trabajo que tenía registrada a una hija con el nombre de Jamaica, me enteré de que era una magistrada la que decidía, como en el sketch del gordo Casero, “esto es kosher, esto no es kosher”. La revelación incluía que la voluntad de esta legendaria guardiana del buen gusto se ganaba a través de la emoción. Si uno iba con el argumento de “es mi derecho”, rebotaba, pero si la historia tras el nombre extraño ameritaba una lágrima o dos, se aprobaba. Así fue como, además de conseguir una carta del embajador de Irlanda que probaba la existencia del nombre Maire, escribí uno de mis textos más inspirados y delirantes, donde hacía mención de pasiones, visiones y herencias de sangre improbables. Logré la aprobación con una pila de documentos sellados tal como si hubiera adquirido la propiedad del palacio de Windsor con los muebles incluidos.

¿Cuáles son los límites? Levanto la vista y tengo a la mano un Agkbar Juhani (desconozco si hay inspiración étnica), un Elfego Gilberto (inspiración clásica) y un Edgar Hiram (inspiración highlander). ¿Estarían en el nuevo catálogo de nombres aprobados o quedaría el juicio estético/civil a cargo de un oscuro funcionario? Quiero decir, es sencillo discriminar a una Tifoidea, pero la cosa se complica con una Yobana, Magdiel o Nashieli. Hay un gusto regional, una moda, unas repercusiones sentimentales que los papeles administrativos no alcanzan a percibir. Conceptos que no valen para todos ni en todos los lugares ni en el mismo momento (por ejemplo, Marcelo es un nombre inusual en México, y es muy común en Argentina).

¿En qué instante uno levanta el brazo y dice “hasta acá” a la intromisión del Estado en la vida privada? ¿Cuál es la oportunidad adecuada para decirle al Estado “es hora que me des una mano con esto”? ¿Cómo llegamos a este Estado?

Lobos o corderos, rebeldes o sumisos, pareciera no existir sensibilidad para captar el punto medio o juzgar de acuerdo al caso.

Pero si el desequilibrio es inevitable, prefiero que se incline hacia la libertad.