viernes, 19 de marzo de 2010

Tengo un amigo argentino

Llaveritos para Doug, de ObjetitoSinCultos (flickr)

Mi interlocutor, vendedor de una empresa de tecnología peruana, me estudiaba con atención y una sonrisa profesional. Practicaba el método socrático, sin conocer a Sócrates, ya que pensaba que eso de relacionarse con preguntas era el invento de un ejecutivo de Quebec. En un momento algo pareció hacer clic en él y me preguntó:

-Tú no eres mexicano. Eres argentino o uruguayo.

-Argentino.

-Tengo varios entrañables amigos argentinos.

Hace una semana, el vendedor de una empresa de tecnología española había afirmado:

-¡Los argentinos estáis por todo el mundo!. Yo tengo varios amigos argentinos muy queridos.

Mi amigo Mauricio, mexicano, más próximo al sentir común y más sincero, confesó:

-Los argentinos que me tocó conocer… bue… Salvo unos pocos que… y tú, que eres mi amigo.

Parecería que tener un amigo argentino hoy (fuera de Argentina) es garantía de criterio amplio, ausencia de discriminación negativa y hasta humanismo. El Nuevo Ciudadano del Mundo tiene, por lo menos, un amigo negro, uno judío, uno gay y uno argentino.

¿Por qué nos volvimos tan poco populares en el extranjero? Porque cabe aclarar que aquellos que estuvieron en Argentina se asombran con la buena onda de la gente, sencilla y cálida con el recién llegado.

Mauricio (el amigo antes citado) tenía una jefa “argenta” en su trabajo anterior. Un día escuchó como ella hablaba por teléfono con un familiar y le contaba:

-No te imaginás: México está dominado por los argentinos.

No me consta tal dominio y, si así fuera por algún secreto conspiracional que desconozco, no hemos aportado demasiado. Es más, viendo como anda aquello, el “modelo” no se me hace materia de exportación.

Mayoritariamente o en proporción de leyenda urbana, nos comportamos afuera como si fuésemos más lindos, más inteligentes, más rápidos y más eficientes. Si bien es cierto que nos adaptamos rápido a nuevos contextos, la adrenalina celeste y blanca se manifiesta en una vanidad exhibicionista y corta de miras, irrespetuosa y bastante necia.

Atención: todas las sociedades humanas son discriminatorias, pero se diferencian por la contención que logran al respecto. Las leyes y las costumbres configuran sociedades impenetrables o benevolentes. México tiene una tradición de acogida amable de exiliados e inmigrantes de cualquier origen. A veces exageran, de hecho, y se produce el fenómeno llamado “malinchismo”, por el cual todo lo extranjero obtiene ventajas negadas a los locales.

Con nosotros hay una dualidad de amor/odio bastante particular. Tenemos un tipo físico diferente, y cuando abrimos la boca ya nos sacan. Detestan nuestra vanidad (mamonería) y les incomoda lo directo, que consideran rudo. Pero no hay mayores consecuencias. Conseguimos trabajos interesantes y la integración social se da con bastante rapidez.

México no es el problema: el problema somos nosotros. Estamos tan convencidos de ser diferentes que empiezan a vernos como tales, pero no en el sentido que hubiéramos esperado.

Aquella civilización educada y pacífica que generaba tantas expectativas a comienzos del siglo XX es hoy un grupo humano desperdigado por el mundo, rabioso de nostalgia, impotente de progreso en su propia tierra.

Con un poco de suerte, a pesar de todo, los que nos fuimos amaremos a alguien y, aunque sea un argumento tranquilizador para vender algo, formaremos parte de alguna exótica colección de amigos.