miércoles, 3 de marzo de 2010

La Forza del Destino

El Teatro Colón es otra de las metáforas arquitectónicas de Argentina. Ambos, teatro y país, oscilan entre la gloria prometida y la farsa reiterada. Esta historia peculiar lo ejemplifica.

Como el primer Teatro Colón, construido en 1857, fue reemplazado en su emplazamiento por el actual Banco Nación, el actual, inaugurado en 1908, tal vez se convierta en otra cosa si la obra de restauración iniciada en 2006 sigue extendiéndose. La reinauguración prometida para el 25 de mayo de 2008 no se cumplió, y la función de gala se realizó en el Luna Park. Las leyendas o realidades en sordina que rodean a esta restauración son muchas: se acabó el dinero, arruinaron la acústica, la obra se suspendió, etc.

Mientras tanto, los trabajadores y cuerpo artístico de la institución empezaron a seguir derroteros extravagantes, como el de mi amigo, al que llamaré D.

Mi amigo D. comenzó a trabajar en el Teatro en el área de comunicación en el año 2006. Regisseur egresado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y con amplia experiencia en la producción mediática de productos culturales, parecía la persona adecuada para encargarse del programa que saldría en el Canal 7, llamado con el ingenioso título de “Al Colón”. Como los contratos tenían fecha de vencimiento, le ofrecieron el pase a un limbo llamado “Planta Transitoria”, para estirar su relación laboral con el Teatro. Cumplió con su trabajo específico y especializado durante un tiempo, hasta que le asignaron un papel farsesco.

A principios de 2009 Horacio Sanguinetti renunció al cargo de Director del Teatro Colón supuestamente por no haber querido desprenderse de la cantidad de trabajadores que le exigía el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No se recuerda la suya como una gestión gloriosa, pero le reconocen al menos la prudencia de no haber provocado un despido masivo. Así comenzó una política de reubicación por la cual le comunicaron a D. que ya no formaba parte de la planta de trabajadores del Teatro, sino del Ministerio de Salud. La Secretaría de Cultura estaba haciendo uso de una facultad alquímica por la cual podía mover a sus trabajadores a destinos diferentes a aquellos por los cuales habían sido contratados. Claro, las partes debían estar de acuerdo, pero ese detalle se pasó por alto. La consigna era que nadie se quedara sin trabajo, que la reubicación, en lugar de ser un escándalo, era un beneficio.

Citado por el Ministerio de Salud, D. se encontró en sus oficinas a algunos de sus ex compañeros, como en la sala de espera del Purgatorio. Allí, entre muchos destinos, eligió el Hospital Durand por quedarle cerca de su casa, aún confundido por la ensoñación absurda de la situación. Mientras tanto, los que hacían el programa “Al Colón” seguían requiriendo sus servicios, disputándoselo a las salas hospitalarias. D. escribió al nuevo director del Colón, García Caffi, solicitándole el regreso a la TV, pero jamás tuvo respuesta.

“Lamento que usté sea artista, mijo, pero aquí va a mantener su fuente de trabajo”, fue el recibimiento de la encargada de Recursos Humanos del Ministerio de Salud. Como en aquel sketch de Francella, donde el empleado soportaba el acoso de una jefa ninfómana, el disfraz y el ridículo, para no perder su empleo. El primer destino artístico de D. fue la sala de recepción de Análisis Clínicos, donde debía recibir muestras de orina y materia fecal y ordenar las historias clínicas. Por suerte, el Dr. X. resultó ser un operómano incomprendido, y atrajo a D. para su satisfacción personal. Por otra parte, las cualidades histriónicas de mi amigo le granjearon fama entre las enfermeras, que se apasionan con los argumentos de ópera.

Él anda por ahí todavía. Si le toca a usted llevar su análisis, piense que el que los está recibiendo fue entrenado en Historia del Arte, Regie de Opera, teoría actoral y producción televisiva. Seguimos teniendo los taxistas más cultos del planeta, pero ahora también los hospitales se están llenando de talento impar.

Mientras tanto, el Teatro Colón, sigue cumpliendo con su destino de caja de sorpresas, evocando glorias pasadas y prometiendo futuro. Como el país.