Los Tres Monos Sabios o “sanbiki no saru” son la representación icónica de la “Regla de Oro”, probablemente originada en China en el siglo VIII y luego popularizada en Japón. Según esta regla, hay virtud en “no ver el mal, no escuchar al mal, no hablar del mal”. El punto de vista oriental, presente en el Budismo y Confucionismo, afirma que aquello que consentimos en hacer presente en nuestros sentidos, se fortalece y expande. Incluso hay un cuarto mono en algunas representaciones, de brazos cruzados, que representa la idea de “no hacer el mal”.
En occidente, la regla de oro se tuerce hasta desfigurar por completo la idea original. En Italia, “non vedo, non sento, non parlo” expresa la “Omertá” o código de silencio, Regla de Oro (o de sangre) sobre la que se basa la organización de la Mafia, Camorra o N´Drangheta. En este caso, más que una postura de purificación espiritual, se trata de una actitud prudente ante las amenazas del delito y la corrupción, que termina configurando sociedades asustadas, pasivas y cómplices.
Hay sucesos cotidianos que nos ponen frente a una decisión de sentido. Todos los problemas se reducen a su definición, diría un lógico. Prudencia o complicidad, ecuanimidad o pasividad, distancia o huída, no intervención o abandono, los grandes dilemas morales y de acción terminan siendo sometidos a una interpretación oficial que a menudo está en crisis con la propia.
Ya lo decía el pálido danés: “Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Qué es mejor para el alma: sufrir los dardos de la insultante fortuna o levantarse en armas contra el océano del mal y, oponiéndosele, acabar con él?”
Todo está escrito, pero el dilema es siempre nuevo.