En México se dice “todo mundo”, en lugar de “todo el mundo”.
Este uso particular es, como la eliminación permanente del potencial en beneficio del subjuntivo, una de esas pequeñas pistas del habla que suelo buscar en los rincones, para encontrar los secretos de esta tierra, que conozco e ignoro tan profundamente.
En México el lenguaje es instrumento de revelación tanto como de ocultamiento, como corresponde al barroquismo de su esencia. Cualquier persona tiene más vocabulario que cualquier otra en mi país de origen, pero los silencios que subyacen tras el velo del lenguaje son más profundos.
Lo que se dice es muy importante, porque, como la visibilidad en los duendes, la expresión de la palabra debe ser limitada porque duele, porque tiene entidad material y su capacidad de conmoción es intensa. Eso no quita que los políticos, como en cualquier lado, hablen hasta por los codos sin decir nada. En realidad existe un protolenguaje hecho de expresiones elegantes o coloquiales con el cual se puede mantener una conversación sin necesidad de decir nada. Así las reuniones de negocio, la política, los márgenes de la cultura y la fe.
Pero todo mexicano tiene un temor ancestral por la expresión directa de su pensamiento: cualquier sinceridad es tomada como rudeza. “¿Quién se cree que es?” se le reprocha indirectamente al que ha hablado con imprudencia. Recordemos que el líder mexica -ni rey ni emperador ya que se trataba de ciudades estado- ostentaba el título de “Tlatoani” (el que habla). Sólo habla el que tiene el poder: nadie reprochará al poderoso que conmueva al mundo con su palabra, mejor que eso, que lo conforme al nombrarlo.
Aquí los hechos existen o no de acuerdo se hable o no de ellos. Un silencio bien guardado por los medios es capaz de disolver una manifestación de un millón de personas en una anécdota dudosa. No es sólo el poder de los medios: es el poder de la palabra elevada a categoría de demiurgo.
Pero, ¿qué querrán decir cuando dicen “todo mundo”?
Lo mismo, tal vez, pero de una forma más radical, como si el artículo menguara el abrumador peso de “todo” y “mundo”. Un mundo precedido por un artículo es particularizado y, por tanto, limitado, se querrá creer. De ahí que se use la expresión irónica “del mundo mundial”, cuando se destaca la importancia de una reunión o referencia internacional.
Estas diferencias imperceptibles, como el espesor de la tarde o el color de los recuerdos, ¿harán absolutamente intraducible el pensamiento de los otros? ¿es posible la comunicación cuando no es el idioma lo que nos separa sino las creencias sobre las cuales fue elaborado?
Sé que no debería hablar de esto.
¿Quién me creo que soy, después de todo?